lunes, 7 de abril de 2008

Fundadora de pueblos. familias y alegrìas
Mama Chica es una de las fundadoras de La Concha. Soy una de sus bisnietas que conoció su sonrisa, sus trenzas, trajes largos y su amor por sus hijos, hijas, nietos, nietas, bisnietos y bisnietas.

Recuerdo cuando ella tenía unos 90 años y luego, cuando, junto con mis primas y primos asistimos a la fiesta de sus cien años bajo la enramada de la mama Fía. Toda la familia participó. A los pequeños nos hicieron una piñata y ella estaba feliz, con su sonrisa extendida en sus labios finos.

Supe de su particular amor por el tío Oscar. Lo quería de manera especial porque se había ido lejos siendo pequeño y disfrutaba cuando se le recordaba o se le daba noticias de sus estudios y de su vida.

A todos los chiquitos nos contaba cuentos en las noches. Nuestros abuelos y papás nos dejaban asistir a donde la mama Chana, que era la hija mayor de Mama Chica para que ella nos contara las historias. Eran cuentos de todo tipo: de risa, de miedo, de enseñanzas, de moralejas, de fábulas y de la vida real de tiempos idos.

Era la época en que en La Concha no había luz eléctrica en las calles y cuando había neblina uno no podía verse no siquiera sus manos.

La sesión de cuentos terminaba como a las nueve de la noche y para realizar el regreso a nuestras casas nos daba miedo pasar por el aguacate, un árbol grande que estaba sembrado en el terreno de la Tía Lupe y donde las micas y los monos hacían peripecias nocturnas que a los chiquitos nos daba temor.

Conocedora de la conversación, producto de tantas tradiciones orales, nos interrogaba sobre nuestros anhelos, fantasías, felicidades, alegrías y miedos. Cuando le manifestamos el miedo que nos daba pasar por el aguacate, la Mama Chica nos orientó que abriéramos las manos y los brazos como Jesús Crucificado y nos trasladáramos a nuestras casas corriendo. De esa forma hacíamos el regreso y como la palabra de la Mama Chica era la ley, de manera automática se nos quitaba el miedo.

A los brazos abiertos, nosotros le agregábamos los gritos y algarabía que era nuestra manera de asustar a cualquier mono o mica que anduviera por la zona.

Fuimos formados con alegría y el ejemplo de hacerle frente a la vida en cualquier circunstancia con trabajo honrado; para vivir largo tiempo y para respetar nuestra propia palabra cuando la hubiéramos comprometido.

Para enseñarnos sobre el tiempo, Mama Chica nos orientaba que visitáramos a la Tía Albina que vivió 128 años y conservaba su alegría para jugar con los bisnietos y bisnietas de la Mama Chica.

La fe de vivir y de educar a sus hijas le permitió formar una gran familia, a quien ella le dio su apellido de matriarca.

Nos enseñó a querer a La Concha, el pueblo que ella fundó y donde reposan sus restos y los de sus hijas : Anastasia, Amalia, Guadalupe y Sofía y donde la familia se junta para celebrar con alegría colectiva el llevar con orgullo el apellido, la fuerza y el ejemplo que Mama Chica, la Francisca Quintero nos heredó.